jueves, 24 de junio de 2010



Podía sentir mis dedos temblar en cada pincelada. Elegía los colores mas claros para pintar su piel nívea, que contrastaba con sus labios rojizos...

Retrataba con cuidado su silueta joven, ligera y perfecta. Intentaba no perder detalle del gran manto blanco que la recubría, lo único que lo hacía.
No podía evitar quedarme hipnotizado mirándola. No, no me dejaba concentrarme. Me miró, preocupada, por si ocurría algo. Lo desmentí con un gesto. Apartó la mirada, pero yo no lo hice. ¿Quién me creía yo para enamorarme de la joven albina?

Volví al lienzo y a su rostro. Tome mi pincel, manchado de pintura al óleo azul. Me acerqué a sus ojos, pero mi mano no se movía.

¿Por qué no podía retratar los ojos de mi musa?

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